Fuiste estandarte de la soberanía, la democracia, el civismo, los derechos humanos y las cátedras. Hoy celebra su día la Justicia, de la que también fuiste epopeya inconfundible.
Arriesgaste tu vida en abril del 1965, al lado del heroico presidente, y coronel Francisco Caamaño Deñó, ostentando la honrosa función de procurador general.
Fuiste de los redactores del Acta de Reconciliación Dominicana y miembro de la Comisión Ad Hoc de la Décima Reunión de Ministros de Relaciones Exteriores, y firmaste el acta de Reserva del gobierno nacionalista y constitucionalista. ¡Cuánto patriotismo encarnaste!
Fuiste mi profesor, consejero y amigo. Me designaste director de la Defensa Civil por segunda vez, y en febrero de 1985, sin consultarme, me ascendiste a director de la Autoridad Portuaria Dominicana, segundo cargo, después de la Dirección de Aduanas, en importancia económica y cantidad de empleados, en esa época, y al terminar mis funciones, en 1986, me abrazaste y congratulaste.
Presidente Salvador Jorge Blanco, jamás te mentí. Siguiendo mis pasos, y al juramentarme me dijiste: “Doctor Rojas Nina, creo en usted, arrégleme ese departamento, que tiene problemas”, situación de la cual tenía conocimiento el periodista Luis E. Encarnación, montaña de moral y capacidad profesional, y así lo hice, cumpliendo tus sabias directrices, y a los cuatro meses me felicitaste, como otras veces.
Al término del gobierno constitucional que presidiste, fuiste maltratado, irrespetada tu señera figura, lacerada tu dignidad y vida, junto a tus idolatrados, la excelsa primera dama doña Asela Mera, Orlando y Lidia Leticia, y esa acción grotesca fue porque se sabía que volverías a ocupar nuevamente la presidencia.
Te enviaron a la injusticia de la época, bajo subterfugios politiqueros, trasladando a un juez desde la frontera a la capital especialmente para juzgarte. No obstante mi también ilustre profesor, doctor Julio César Castaños Espaillat, entonces procurador general haber desestimado la inaudita denuncia.
Salvador; nunca te abandoné, y durante catorce largos años que duró tu calvario inmerecido, te auxilié jurídicamente, te visité en el Ensanche La Fe cada sábado, y ya en libertad te acompañé, sin importar que andábamos tu, un leal chofer que tenía y yo en tu vehículo, y a veces en el mío, pues también te negaron la escolta presidencial que te correspondía, hasta que Hipólito Mejía, en el año 2000, hace cumplir las leyes y te asigna dicha custodia.
Muchos de tus verdaderos amigos tampoco te abandonaron, aunque otros te olvidaron, porque así es la política. Recuerdo cuando los viernes en la tarde frecuentemente compartíamos y pasábamos revista en tu residencia, siendo tú presidente, así en los consejos de gobierno, reuniones, viajes y jamás me recomendaste nada contrario a los principios. Fuiste noble generoso, humanista, solidario, piadoso, pero firme en tus convicciones y rectitud de gobernante; creyente en Dios, la verdad y en la patria, y hoy, queridísimo presidente, después de tu partida, reconocen tus virtudes y grandeza republicana, aún aquellos equivocados.
Duerme en paz, amigo del corazón.