Escrito por:
Nassef Perdomo Cordero.
Todos los que han estudiado el devenir de las democracias constitucionales saben que estas florecieron sobre las cenizas de Europa luego de la Segunda Guerra Mundial. Abonadas con la sangre de decenas de millones de inocentes, las espigas de la libertad y la solidaridad social convirtieron en fructífero el continente devastado.
Este hecho tiene dos lecturas distintas pero compatibles. En primer lugar, es necesario reconocer que Europa Occidental no se decidió a implementar democracias constitucionales hasta que su aventura con el autoritarismo y el totalitarismo no logró destrozar los cimientos morales, sociales, políticos y económicos de casi todos sus países. En segundo lugar, y de forma más positiva, este fenómeno demuestra que la libertad y la defensa de la dignidad humana fueron los medios idóneos para superar el estado de miseria social en el que se encontraba Europa Occidental.
Lo anterior viene a cuento porque República Dominicana, aunque no se encuentra en las condiciones de desolación que acompañaron el renacer democrático de la segunda posguerra, sí sufre las consecuencias de la apuesta terca de nuestra sociedad por las soluciones autoritarias.
No hay que repasar la historia de nuestras dictaduras o gobiernos autoritarios. Lo significativo es que las apuestas por la libertad han sido pocas y, en la mayor parte de los casos, efímeras. Los gobiernos sietemesinos de Espaillat y Bosch dan muestra de lo duro que ha sido en nuestro país dar coces contra el aguijón.
Ha sido decepcionante también la transición democrática. Probablemente dilatada como ninguna otra, no termina aún ni podemos celebrar los funerales de nuestros males políticos. Todo esto mientras la mayor parte de los dominicanos vive atrapada en la pobreza, muchos en una miseria inaceptable.
En vista de que hace menos de dos años que se proclamó una reforma total de la Constitución, ¿no parecería que estamos en condiciones de hacer una apuesta como la europea, de empeñarnos de lleno para alcanzar el cumplimiento de las promesas constitucionales?
Así es, y eso parece. Sin embargo, en vez de decidirnos a andar por el sendero constitucional parece que estamos tratando de adaptar la nueva Constitución y sus virtudes al viejo sistema y sus defectos. Y no me refiero solamente a los políticos, nuestros culpables favoritos. Claro que es cierto que han tomado decisiones contrarias a la letra y el espíritu de la Constitución. Pero esto, aunque negativo, es de esperarse. En todos los sistemas de gobierno el poder se ejerce hasta donde encuentra resistencia ciudadana. Llegado ese punto avasalla o se pliega a las reglas de juego.
República Dominicana es un país donde los ciudadanos tenemos las herramientas jurídicas para hacer sentir nuestra voz. Pero estas herramientas sólo serán efectivas en la medida en que las apliquemos y defendamos. La ciudadanía no puede ser de unos cuantos comprometidos, ni siquiera de una minoría comprometida. Tiene que ser de todos. Cada uno de los ciudadanos de este país tiene que hacer conciencia de que la democracia la construyen los respondones y no los callados. No esperemos que nos den permiso, atrevámonos a lanzarnos a la aventura constitucional.
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